martes, 12 de abril de 2011

Fragmento extraído de "Notas Autobiográficas" (1946) de Albert Einstein

Fragmento donde el científico habla sobre la ardua tarea de elegir su camino por la ciencia, sobre la elección de la correcta investigación, sobre la vida universitaria, y sobre lo dañino que resultar las evaluaciones en una carrera universitaria.


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...Allí tuve excelentes profesores (por ejemplo, Hurwitz, MInkowski), de manera que realmente podría haber adquirido una profunda formación matemática. Sin embargo, me pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en el laboratorio de física, fascinado por el contacto directo con la experiencia. El resto del tiempo lo dedicaba principalmente a estudiar en casa las obras de Kirchhoff, Helmholtz, Hertz, etcétera. El que descuidara hasta cierto punto las matemáticas no respondía exclusivamente a que el interés por las ciencias naturales fuese más fuerte que el que sentía por aquéllas, sino también a la siguiente circunstancia singular. Yo veía que la matemática estaba parcelada en numerosas especialidades, cada una de las cuales, por sí sola, podía arrebatarnos el breve lapso de vida que se nos concede, hallándome así en la situación del asno de Buridán, que no podía decidirse por ninguno de los dos montones de heno. Esto obedecía, evidentemente, a que mi intuición en el terreno matemático no era lo bastante fuerte como para discernir con seguridad entre lo básico, lo de importancia fundamental, y toda la demás erudición más o menos dispensable.

Pero, aparte de eso, no cabe duda de que mi interés por el estudio de la naturaleza era más fuerte; y en mi época de estudiante no comprendía aún que el acceso a los conocimientos fundamentales y más profundos de la física iba ligado a los métodos matemáticos más sutiles. Es algo que sólo fui entreviendo paulatinamente tras años de trabajo científico independiente. Cierto que también la física estaba parcelada en especialidades y que cada una de ellas podía devorar una efímera vida de trabajo sin haber satisfecho el hambre de conocimiento más profundo. La masa de datos experimentales insuficientemente relacionados era también aquí imponente. Pero en este campo aprendí muy pronto a olfatear y entresacar aquello que podía conducir a la entraña, prescindiendo en cambio de todo lo demás, de la multitud de cosas que atiborran la mente y la desvían de lo esencial.

La pega era que para los exámenes había que embutirse todo ese material en la cabeza, quisieras o no. Semejante coacción tenía efectos tan espantosos, que tras aprobar el examen final se me quitaron las ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero. He de decir, sin embargo, que en Suiza sufríamos menos que en muchos otros lugares bajo esta coerción que asfixia el verdadero impulso científico. En total había sólo dos exámenes; por lo demás, podía uno hacer más o menos lo que quisiera, especialmente, como era mi caso, si contaba con un amigo que asistía regularmente a clase y elaboraba a fondo los apuntes. Esto le daba a uno libertad en la elección de sus ocupaciones hasta pocos meses antes del examen, libertad de la que yo gocé en gran medida y a cambio de la cual pagaba muy a gusto, como mal muchísimo menor, la mala conciencia que acarreaba.

En realidad es casi un milagro que los modernos métodos de enseñanza no hayan estrangulado ya la sagrada curiosidad de la investigación, pues, aparte de estímulo, esta delicada plantita necesita sobre todo libertad; sin esta se marchita indefectiblemente. Es un gran error creer que la ilusión de mirar y buscar puede fomentarse a golpe de coacción y sentido del deber. Pienso que incluso a un animal de presa sano se le podría privar de su voracidad si, a punta de látigo, se le obliga continuamente a comer cuando no tiene hambre, y sobre todo si se eligen de manera conveniente los alimentos así ofrecidos..."



Divulgado por Leonardo Pérez

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